08 Cuchillo La Orden (PDF)




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Title: Leyendas de los 9 Reinos: 1ª Leyenda – Libro 1
Author: Darío

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Leyendas de los 9 Reinos: 1ª Leyenda – Libro 1
08 – C U C HILLO – L A O R DEN
El ala oeste del castillo es un puto caos. ¿¡Para qué demonios dejan una zona tan
importante a esos pijos de mierda que no han sufrido un rasguño en su vida!? Era
dárselo al traidor en bandeja de plata. Plato claro, esos gordos enjoyados querían
llenarse de gloria ellos y sus hijos matando unos cuantos traidores y defendiendo esa
zona, no por su importancia estratégica, sino por esas obras de “arte” que tienen allí,
cuadros absurdos y estatuas más feas que un murciélago resfriado. Y ahora nos toca a
nosotros arreglar su estropicio, está claro que para una batalla real solo valen los de la
Orden, los del Ejército o los envías a centenares o no lograrás nada, los jefazos deberían
decantarse por la calidad y no por la cantidad de una vez. Pero bueno, hay un lado
bueno, es una buena oportunidad para adquirir méritos, esta revuelta es una oportunidad
de oro para que me asciendan a Guardián de la Orden, con un poco de suerte, también
ascenderán a Melocotón, el resto poco me importa. Ahora mismo me han enviado al
gran salón del ala oeste donde se está apostando el enemigo, según los que huyeron
antes habrá unos ochenta, así que tenemos para elegir, ya que solo nos han enviado a
dieciséis, pero nos basta. Salamanquesa, Murciélago y yo nos hemos colado por el techo
y estamos apostados en las vigas, nuestra parte es ver la situación e informar al resto.
Como ya me había dicho mi padrino, el Guardián de la Orden Yunque, aquí hay más
mercenarios de guerra que soldados leales a Sanpura, el hermano pequeño del difunto
rey Sanral. Que cuando acabe esta maldita revuelta pasará a la historia o bien como
Sanpura el Traidor, o Sanpura I, rey de Hícatriz. Lo que deja ver que es más sensato que
los consejeros de la reina. Los mercenarios de guerra están considerablemente más
preparados para una situación bélica, tienen experiencia real y hacen lo que hace falta, o
bueno, depende del gremio, claro está, pero por el símbolo que le veo en la calva a uno,
son del gremio Lanza Sangrienta, y éstos sí tienen buena fama. Debe haber entre
cincuenta y sesenta mercenarios, y el resto caballeros leales a Sanpura, una proporción
que hace decente a este contingente, y en cuanto les lleguen refuerzos podrán asentarse
aquí y no dejarlo como hicieron otros. Los caballeros llevan una armadura púrpura, y
capa negra, unos cascos con una hendidura larga para la vista y una forma anormal, ya
que no tienen la forma de una cabeza humana, la coronilla se estira hasta el cielo y
acaba con una forma lisa. Y en las hombreras llevan unos grandes escudos redondos con
un dibujo brillante de lo que parece un diamante visto desde arriba que desentona con el
resto de la armadura oscura, unos grandes escudos rectangulares con el símbolo de la
familia Diamis, un círculo azul con un diamante dentro visto desde arriba, lo que son
sus hombreras. Todos llevan lanzas en una mano y una espada en su funda.
O los echamos ahora o perdemos todo el lado oeste del castillo, lo que nos dejaría
bastante tocados y con la moral hecha pedazos, así que tenemos que echarlos ya. Pero
claro, una victoria así se la tiene que atribuir algún noble, así que tiene que estar en
algún lado, seguramente entre los caballeros. Miro concienzudamente, pero no localizo
a ninguno que destaque sobre el resto, pero por suerte Salamanquesa tiene más suerte
que yo, está colgada boca abajo como si fuera una araña pegada en el techo entre dos
vigas, y me lo señala con la barbilla. Está en el grupo de los mercenarios, parece que ha
ido a parar una posible pelea y está hablando con uno que parece que es el que manda
dentro de los mercenarios. No consigo verle la cara, está de espaldas y algo lejos, este
salón es enorme, pero Murciélago sí está mejor situado, y nos da una señal con la mano
derecha, con el dedo índice estirado. Eso significa que es un rehén de primera categoría,
en otras palabras, un familiar o un amigo cercano bien posicionado, tiene el pelo rubio y
Darío Ordóñez Barba

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claro, rizado y suelto, con la capa no estoy seguro, pero parece estar un poco gordo, y a
que no parece muy alto comparado con los que lo rodean, es posible que sea el suegro
del traidor, el cabeza de la familia Diamis, y padre de la esposa de Sanpura, seguro que
este cabrón tiene mucho que ver con esta revuelta, querrá hacer a su niñita reina. Joder,
que asco me dan estos jueguecitos de poder que se traen los ricos, da igual cuan ricos y
poderosos sean, siempre quieren más. Cada vez que conozco más este mundillo me
alegro más de ser de la Orden y no del Ejército, como quería al principio.
El viejo Diamis podrá ser un magnífico rehén, pero capturarlo vivo con tanto guardia
no será nada fácil, así que debemos ir con cuidado, pero antes de tomar medidas
debemos localizar dónde tienen la pólvora, se han abierto paso hasta aquí a base de
explosiones, creemos que usan pequeños botes o cajas del tamaño de un vaso con
pólvora, lo prenden y lo lanzan, ya que hay muchas explosiones pequeñas por todas
partes, y abrieron el portón del salón con una gran explosión, pero no alcanzo a localizar
ninguna fuente de pólvora, y creo que Salamanquesa y Murciélago tampoco, puesto que
no han dado señal alguna. Pero no podemos perder más tiempo, así que le doy a
Murciélago una señal para que vuelva con el resto e informe lo que hay aquí, él es el
que está más cerca del agujero por el que nos hemos colado y no sé si Salamanquesa se
ha percatado del noble, mientras tanto ella y yo buscaremos la pólvora.
Murciélago consigue salir por el agujero sin problemas, pero ha debido hacer algún
ruido o alguien habrá notado movimiento, porque unos cuantos se han puesto a mirar al
techo y a señalar la zona por la que estaba él. El mercenario que parece el líder de éstos
coge lo que parece un carcaj cerrado, pero no se lo pone en el hombro, lo lleva colgando
de la mano y empieza a buscar por las vigas del techo por donde está el agujero. Le voy
a hacer una seña a Salamanquesa para que se esconda, pero no hace falta, está
moviéndose por la parte con una agilidad y facilidad propia de una salamanquesa, por
eso le pusieron ese nombre el día de la iniciación, después de quitarle el nombre y
ponerle la máscara, y por eso la enviaron a esta misión. Se ha ocultado en una zona
completamente oscura, dudo mucho que la vean, el problema soy yo, no soy tan ágil
como ella o Murciélago, así que permanezco inmóvil donde estoy, intentando taparme
con la viga y confiando en la oscuridad que hay en este techo tan alto.
Los mercenarios se ponen a la defensiva y se ponen a mirar en todas las direcciones,
el salón es muy grande y alto, no darán con nosotros enseguida, pero si no se dan por
vencidos tarde o temprano darán con nosotros, y no se darán por vencidos, en este salón
hay mil y una cosa que robar, pero en todo el rato que llevo aquí no he visto a nadie
robando nada, son profesionales, y eso es un problema, pero si aguantamos hasta que
los de fuera actúen, podremos salir de ésta.
Ese tipo que parece el líder empieza a mirar por donde estoy yo, ahora le veo la cara,
con un gran tatuaje en el lado izquierdo de la cara, tapándole el ojo, que destaca por su
color azul claro sobre el negro y una perilla como único vello facial, si no contamos las
cejas. No somos estúpidos, encima de la armadura de cuero que llevamos nos hemos
puesto unas túnicas que había en la capilla, completamente negra de los que cumplen
penitencia allí, estamos perfectamente camuflados. No nos ve, pero parece
imperturbable, cuando creo que se ha dado cuenta deja el carcaj en el suelo, lo abre y no
sé que tiene dentro, pero emite una luz carmesí bastante hermosa, saca algo de ahí, se ve
como brilla dentro de su puño cerrado y las lanza hacía aquí, mierda, ¿quiere iluminar
esta zona con esa cosa? Si me muevo ahora que están mirando por la zona aunque no
caiga ninguna de esas cosas cerca de mí me descubrirán, así que no me queda más
remedio que quedarme inmóvil y esperar que la suerte nos sonría. Pero ocurre algo que
no me esperaba, antes de que esas cosas tocaran nada, en mitad del aire estallan con
violencia, no me lo esperaba para nada, así que no me había preparado, y antes de ser
Darío Ordóñez Barba

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consciente que había pasado me encuentro volando hacia atrás y estrellándome de
espaldas contra otra viga en la espalda, una viga horizontal, así que cuando me doy
cuenta estiro el brazo y me agarro como puedo a esa viga, y noto como todos los de
abajo gritan y me señalan, me subo a la viga tan rápido como puedo y miro a los de
abajo, un grupo se ha arremolinado más adelante, agudizo el ojo y veo que ahí está
Salamanquesa, que intenta protegerse como buenamente puede con un cuchillo ante un
grupo de salvajes que la rodean y le dicen obscenidades. ¡A la mierda los planes! Saco
dos cuchillos de la ristra que llevo en el lateral de cada pierna, tengo cuatro ristras de
diez en cada muslo, y otras tantas debajo de la rodilla, al igual que en la parte interior
del antebrazo, el costado y la espalda, hasta donde me llegan las manos. Cojo con cada
mano uno del lateral de cada pierna y los lanzo sin pensar a dos al azar de los que la
están rodeando y a ambos los alcanzo en el cuello y caen desplomados. Instintivamente,
todos los de su alrededor se centran en los caídos y en buscar de dónde han venido,
instante que Salamanquesa aprovecha para cortar a diestro y siniestro en manos y
cuellos a los que tiene más cerca con el cuchillo que ya tenía y otro que se sacó de la
manga. Tengo que abrirle una ruta de escape, si le consigo un mínimo de tiempo y algo
de espacio para que llegue a la pared seguro que consigue trepar hasta una de las vigas,
ya la vi hacerlo en una ocasión en un bar, y me pareció alucinante con la facilidad y
rapidez con que lo hizo, así que lanzo sin piedad a una ristra de mercenarios que hay
entre ella y la pared, entre eso y los que se quite ella podrá salir de ahí, no en vano es
una candidata a Guardián de la Orden igual que yo.
Pero estoy tan absorto en esa situación que no me doy cuenta de la mía propia, y
antes de darme cuenta tengo tres dardos de ballesta clavados en el cuerpo, una en la
pierna derecha, algo más debajo de la rodilla, otro en el hombro derecho y otro en el
pectoral izquierdo. Antes de pararme a pensar en la gravedad de las heridas veo
subiendo a mi alrededor lo que parecen rubíes luminosos, y caigo de golpe en que son lo
mismo que me explotó al lado hace unos segundo. Ssin pensar salto con todas mis
fuerzas hacia atrás y la explosión me pilla en mitad de aire, estiro mis brazos y piernas
todo lo que puedo y es con el brazo izquierdo con el que me topo con otra viga de la que
me agarro de mala manera porque me escurro, pero consigo sacar un cuchillo del
antebrazo y clavarlo en la viga antes de caerme. Busco desesperadamente al líder de los
mercenarios. Cuando lo localizo, veo que está sujetando un rubí del tamaño de su puño,
lo echa al aire y lo coge como si fuera una pelota, y me mira riéndose, como diciendo:
“A ver si te libras también de esto.” Los rubíes de antes eran del tamaño de guijarros, y
crearon una explosión cada uno equiparable a la pólvora que cabría en una jarra de
cerveza, así que uno de ese tamaño… Sin más tiempo para pensar, el mercenario me lo
lanza con fuerza y automáticamente lo que hago es lanzarle otro cuchillo con el que
colisione en mitad del aire. La explosión es brutal, me agarro a la viga con todas mis
fuerzas, pero salgo disparado, noto como me estrello con fuerza en el techo y al caer mis
piernas chocan con una viga y doy varias vueltas antes de caer de bruces con un grupo
de mercenarios que o bien intentaban evitar la explosión o los había pillado como a mí.
El caso es que me amortiguan algo la caída, pero estoy hecho polvo. Tengo todo el
cuerpo dolorido de mala manera, miro a mi alrededor y todo es muy confuso, hay
demasiado polvo en el aire para distinguir nada, miro a mi espalda, a mi izquierda, y
veo el portón por el que deberían llegar los refuerzos, pero están bloqueado a
conciencia, han usado árboles enteros del jardín y han clavado cuñas debajo de la
puerta, no la abrirán así como así. Sigo mirando a mi alrededor sin saber bien qué
debería buscar, y noto algo brillante delante, a mi derecha, y caigo en la cuenta, la
explosión ha sido más cerca del suelo que del techo, ellos han tenido que salir peor
parados que yo, me levanto y corro a trompicones hasta la luz, parezco un borracho de
Darío Ordóñez Barba

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la madrugada el día de paga, tengo que acabar con el líder de los mercenarios, son
profesionales, pero a la fuerza los dejará tocados aunque sea por poco tiempo perder a
su líder, sobre todo con este caos. Me acerco a la luz, a su alrededor no hay más que
cadáveres mutilados, si alguno de ellos es el líder, ahora es irreconocible, y veo el carcaj
ahí tirado y cerrado, ¿cerrado? Miro más adelante para ver el origen de la luz, y es el
puño entre abierto de uno de los cadáveres, supongo que el líder, que tendría otro rubí
en la otra mano por si saltaba como antes, supongo. El puño suelta un resplandor como
un relámpago en la mitad de la noche y me temo lo peor. Estalla, sí, pero la mano
cerrada parece que ha amortiguado la explosión, y que el rubí no debía ser muy grande,
pero el impacto, aunque no me ha llegado a tirar, me ha levantado un momento por los
aires, y me ha dejado algo atontado. Pero la explosión me ha acercado un poco hacia el
carcaj cerrado, ¿por qué lo habrá cerrado?, cuando de entre el polvo aparece un
mercenario grande como un toro con barba y pelo negro que antes de que pueda
reaccionar me coge con una mano la cabeza como si cogiera una manzana y con la otra
mi hombro con la flecha clavada que oigo quebrarse, me levanta como si fuera un
muñeco de trapo y me estampa contra una columna. El golpe es tan seco que me deja
sin respiración un momento, me está apretando a conciencia el hombro, creo que me ha
metido para dentro el trozo de flecha que seguía colgado y noto como se está
resquebrajando mi máscara, joder mi máscara tiene la dureza del metal, pero no se
dobla, se rompe como si fuera de cristal, pero es jodidamente dura, y me la está
rompiendo con una puta mano. Si tiene esta fuerza, en cuanto me la rompa me aplastará
la cabeza antes de lo que ha tardado en romperme la máscara. Joder, joder, joder, tengo
el brazo izquierdo inmóvil, pero con la derecha consigo sacar un cuchillo del costado
derecho, y se lo clavo en el brazo, pero su protección es bastante gruesa y no consigo
llegar a la carne, intento alcanzarle en la articulación del codo, donde no debería tener
protección, pero no acierto. Estoy perdiendo el conocimiento, me está apretando tanto la
máscara a la cara que no deja pasar el aire, puede que muera asfixiado antes de que me
abra la cabeza. Empiezo a perder la cabeza, y se me van las fuerzas, hasta empiezo a ver
borroso, pero aguanto lo justo para ver como Salamanquesa se le salta al cuello con las
uñas como única arma, se las clava con fuerza en el cuello y el gigante rabia de dolor, lo
suficiente para aflojar la fuerza que ejerce sobre mi cara, pero no me suelta, aún me
tiene arrinconado, el muy cabrón intenta quitarse a Salamanquesa únicamente con la
mano izquierda mientras ejerce todo su peso en asfixiarme.
—¡Suéltale de una puta vez, hijo de puta! —Le grita Salamanquesa con una furia que
no creía posible en una chica de unos dieciséis años callada y tranquila como ella.
Instintivamente lo que hago es intentar librarme de la mano, dejando que se quede
con la máscara, aprieto todo lo que puedo la cabeza hacia a él, me suelto la correa que la
mantiene atada en mi cara, me la despego y me dejo caer mientras veo como la estrella
en la columna haciéndola añicos. Parece que se olvida de mí porque se centra
únicamente en Salamanquesa, como no puede cogerle la mano porque tiene los dedos
completamente dentro de su garganta, la coge de un brazo, hace un movimiento brusco
hacia delante para que con la inercia la cabeza de Salamanquesa le llega hasta la altura
del hombro y se la agarra como hizo conmigo. Intento levantarme del suelo y caigo de
bruces, mi brazo izquierdo no me responde, pero tengo el carcaj al lado, me arrastro
hasta él, lo abro con la mano que me queda y la meto, lo que hay dentro no son rubíes,
ni piedras, es como arena que brilla con un tono carmesí, no hay ni una piedra ni nada
para lanzar como hacía el tío de antes, me desespero como nunca hasta ahora, me doy la
vuelta al notar un fuerte impacto, ese gigante ha voleado a Salamanquesa como si fuera
un muñeco igual que hizo conmigo y la ha estrellado en el suelo con una fuerza que me
ha hecho pensar lo peor, ahora alza todo lo posible el brazo que tiene libre, le va a pegar
Darío Ordóñez Barba

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con toda su fuerza y peso, la máscara lo aguantará, pero no el cráneo que está tocando el
suelo, y si le da en el pecho le hundirá las costillas hasta los pulmones y el corazón.
Aterrado por un miedo peor aun que el que sientes cuando eres tú el que está en esa
situación de muerte segura, le lanzo un cuchillo sin pensar en nada que se le clava en la
armadura de cuero a la altura del corazón, pero no le he atravesado, no le he hecho nada.
Pero veo el más absoluto terror e incredulidad en su cara, miro el cuchillo y brilla con
un color escarlata, no es uno de mis cuchillos, y veo que la mano con la que lo he
lanzado es la que tenía dentro del carcaj palpando la arena brillante y que todavía tengo
algo de arena en la mano, porque me brilla un poco. El mercenario trata de quitárselo
pero antes de llegar a cogerlo con las manos le estalla. El impacto y lo tocado que estoy
hace que me caiga de espaldas sin oponer resistencia. Noto que me ha quemado algo la
cara, pero no me importa, miro hasta donde estaba Salamanquesa, y sigue ahí tirada,
inmóvil, y el mercenario no, miro algo delante y veo un par de piernas unidas a medio
torso con solo un brazo y sin cabeza, por el tamaño debe ser él. Antes de reaccionar
cierro el carcaj, no sé porqué lo cerraba siempre después de usarlo, pero teniendo en
cuenta lo que explota esta cosa, no pienso comprobarlo. Mientras lo cierro veo que mi
mano tiene aun arena brillante y aterrado por lo que le pasó antes al líder de los
mercenarios me la sacudo la mano como si estuviera llena de escarabajos venenosos.
Acto seguido me arrastro como puedo hasta Salamanquesa, que sigue inmóvil en el
suelo.
—Eh. ¡Eh! ¿Estás viva? ¡Dime algo! —Le grito mientras le doy golpes en el pecho,
según me han dicho, si alguien no respira puede hacerlo respirar dándole empujones al
pecho.
—Eh, esas manos. —Me responde con una voz muy baja y entrecortada, como si
tuviera un buen catarro—No me sobes las tetas mientras estoy inconsciente, pervertido.
—Ah, perdona. —Levanto las manos enseguida y noto que me pongo como un
tomate.
Ella se ríe.
—Ya verás, cuando salgamos de aquí le voy a decir a Melocotón que me has metido
mano, ya verás cómo se pone. —Me dice entre risas muy bajitas.
—¡No, eso sí que no! —Me levanto de golpe, pero me tengo que para por el dolor.
—¡Eh! ¡Están aquí! —Grita uno de los mercenarios.
Joder, me había olvidado de ellos. Localizo al que ha gritado y le lanzo un cuchillo al
cuello, mi mano buena sigue bien, algo es algo. Pero empiezo a oír un murmullo cada
vez mayor, debían de estar atontados o algo, pero ya se han dado cuenta de qué pasa.
—¿¡Qué coño haces!? ¡Revienta la puerta como has reventado a este gilipollas! —
Me grita como buenamente puede Salamanquesa.
Y eso es lo que hago, el carcaj lo tenía a los pies, lo abro, y hago lo mismo que antes,
meto las manos, agarro un puñado de arena y hago como que lanzo un cuchillo, no sé
cómo pero eso es lo que sale del carcaj, un buen cuchillo, más grande que los míos,
quizás depende de la cantidad de arena que cojas. Se clava en la parte de arriba de la
puerta y un segundo después estalla con fuerza, reventándola. Los árboles y los tablones
que la mantenían cerrada siguen ahí, pero al menos ya pueden entrar.
Sin darme cuenta recibo un puñetazo que me deja tirado en el suelo, había olvidado
que ya no llevaba puesta la máscara, un par de mercenarios, uno de unos cincuenta y
otro de unos cuarenta están delante de mí.
—¡Este es el hijo de puta que se ha cargado al jefe! —Dice el viejo.
—¡Pues cárgatelo y punto, tenemos al resto encima, yo me encargo de esta puta! —
Le grita el otro.

Darío Ordóñez Barba

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Y parece que eso es lo que va a hacer, saca una espada, desgastada todo lo que puede
estar una espada sin caerse a pedazos, y me la va a clavar sin poder hacer nada, estoy
hecho polvo, cuando se le clava una flecha en el cuello y cae desplomado, y veo que el
que iba a matar a Salamanquesa ha acabado igual, y ella parece estar bien… bueno, viva
como yo.
Me levanto un poco y ahí está la mala bestia de mi padrino. El Guardián de la Orden
a cargo del grupo en el que estoy, al que la orden le puso de nombre “Yunque”, y qué
bien que hicieron llamándolo así. Verlo luchando es todo un espectáculo, su estilo de
combate se podría definir como “tirarle un yunque al pecho del enemigo, y luego el
siguiente” y no sería errado. Está lanzando por los aires a uno tras otro, con un golpe de
su escudo tira a dos escupiendo sangre al suelo, y con la maza de la mano derecha les
golpea de abajo a arriba a otro y literalmente lanzarlo por los aires. Y el viejo cabrón
tiene más de sesenta años, no puedo ni imaginármelo con treinta o cuarenta años menos,
tenía que ser un monstruo con armadura.
—Mira que eres, muchacho, te dije que es de mala educación empezar la fiesta sin
estar todos los invitados presentes, y mira, casi no queda para el resto, solo lo que se ha
quemado y no se quiere comer nadie. —Me dice suspirando.
Intento levantarme para saludarle como es debido, mientras el resto entra a saco y se
van haciendo cargo de los mercenarios que aún siguen por aquí, pero antes de empezar
me da un chispazo de dolor el hombro izquierdo, y sin decir nada, suelta la maza, me
agarra el trozo de flecha con dos dedos y me la saca de cuajo el muy bestia, y antes de
poder replicarle nada, me pone una mano en el cuello y la otra y me hace un
movimiento brusco que me hace ver las estrella, pero al instante se me pasa y puedo
volver a mover el brazo, el viejo guardián ve mi sorpresa y me dice:
—Se te había dislocado, mañana te enseñaré a colocártelos tú solo. —Y me da unas
palmadas en el hombro herido, no le veo la cara por culpa de la máscara, pero sé que
está riéndose de oreja a oreja.
Se acercan dos mercenarios más por la espalda de mi padrino, pero éste no reacciona,
ni falta que hace, los dos caen desplomados antes de acercarse a él con una flecha cada
uno en la nuca.
—No sé cuantos te habrás cargado antes de que entráramos, pero nuestra dulce
Melocotón parece emperrada en alcanzarte. —Dice y se echa a reír a carcajadas.
Miro a mí alrededor para ver el panorama, se ve que muchos han huido, y hay
docenas de ellos tirados por los suelos.
—¿Y el caga-diamantes? ¿Lo habéis pillado? —Me pregunta Yunque.
¿Caga-diamantes? ¡Mierda! ¡El noble Diamis! (Era el jefe de una mina hasta que
encontró a mucha profundidad dentro de la Cicatriz una zona atestada de diamantes, así
se hizo asquerosamente rico, hasta el punto de crear una casa dentro de la nobleza de
Hícatriz, hasta consiguió casar a su hija mayor con el hermano menor del rey). Miro a
mi alrededor con ansias, me había olvidado algo terriblemente importante, no lo veo por
ninguna parte, pero en este caos, ya casi no queda polvo en el aire, pero solo veo luchas
en todos lados, pero casi todos son mercenarios, apenas hay unos caballeros de Sanpura
y se están matando por largarse de aquí.
—¡Señor! ¡Diamis ha debido escapar aprovechando la confusión, pero sus caballeros
deben saber dónde se esconde! —Le digo a Yunque.
Él entiende perfectamente lo que quiero decir, le hace una señal con la mano a
Melocotón para que me siga, ella asiente y baja del árbol tumbado que antes bloqueaba
la puerta, con su arco y una flecha cargada y me sigue sin decir nada. No hay tiempo
que perder, así que voy corriendo hasta donde están los caballeros, solo quedan tres,
pero Toro e Hiena los tienen cogidos por los huevos, no literalmente. Antes de decir
Darío Ordóñez Barba

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nada Melocotón lanza una flecha que rebota en el casco de uno de los caballeros y le
pasa rozando a Hiena, que se la queda mirando, seguramente con sus ojos inyectados en
sangre. Pero él y Toro captan el mensaje, y dejan creer a los caballeros que escapan
aprovechando ese error nuestro. Llego hasta la puerta, y cuando considero que hay una
distancia prudencial, Melocotón y yo salimos tras ellos, en mitad de un territorio ya
tomado por el enemigo.

Darío Ordóñez Barba

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