La universidad de la ignorancia Renan Vega.pdf

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gran nivel y se sitúe en los primeros lugares del ranking educativo nacional y mundial. Algo
parecido acontece con los profesores e investigadores a los cuales
se les exige
productividad, medida en artículos en revistas indexadas, con lo que se produce una
explosión de publicaciones, la mayor parte de las cuales nadie lee y no tienen mucha utilidad
para el trabajo académico y docente, pero que si generan una diferenciación interna en el
seno del profesorado.
El séptimo capítulo habla de las múltiples mascaras de la mercantilización educativa, con
el fin de abordar los disfraces que se usan para camuflar y hacer más presentable la venta
de mercancías y la obtención de ganancias. En su orden, se pasa revista a cuatro
máscaras: la de la reforma y la modernización, la privatizadora, la investigativa y la
tecnológica. El término reforma en otro tiempo evocaba avances y superación de lo
existente hacia algo un poco mejor, pero ahora es un eufemismo, una mentira, para
justificar la privatización, el aumento de matrículas, el cobro de los servicios que ofrece la
universidad, la diferenciación entre pregrados y posgrados, la subordinación de las
universidades a las empresas, y un largo etcétera. La privatización, uno de los objetivos
supremos de la mercantilización, a su vez se oculta con otros disfraces, y por eso se habla
de la privatización abierta, para referirse a la conversión de los activos públicos en capital
privado de una manera directa y brutal (que es la práctica menos utilizada en la universidad,
por las resistencias que eso genera entre estudiantes y, en menor medida, profesores) y de
la privatización dulce, que se hace en forma gradual y efectiva. La máscara investigativa
se muestra con un halito grandioso de sapiencia y beneficio social. Con la palabra
investigación se venden mercancías de muy diversa procedencia, a partir del discutible
criterio de productividad, que es prototípico del capitalismo académico, en el cual los
investigadores, so pretexto de ser funcionales al mercado y a las empresas, se pliegan a lo
que las corporaciones necesitan, con lo cual también se segmenta el mundo de los
investigadores. Y la máscara tecnológica hace alusión al despliegue de la parafernalia
de aparatos de las multinacionales de la informática y de la microelectrónica para
apoderarse del apetecido nicho mercantil de la educación superior, formado por millones
de potenciales consumidores en el planeta. Esta máscara tecnológica se ofrece también bajo
el disfraz de la reforma, y por eso no sorprende que Bill Gates, Steve Jobs, Nicholas
Negroponte, Manuel Castells, Peter Drucker, entre otros, sean al mismo tiempo
predicadores de una inédita era tecnológica y de nuevas libertades que necesitan
materializarse en la educación, y para ello se exige una rápida y efectiva (contra)reforma
educativa y pedagógica que acabe de expropiar a los profesores de sus saberes, para que
ahora queden en manos de los tecnócratas que manejan las NTI., con las que se nos
anuncian la entrada a un edén de dicha y prosperidad en el que desaparecerá la
ignorancia, por obra y gracia de la acción redentora de los fetiches técnicos.
En el octavo capítulo se viaja por el inframundo de la universidad mercantil, del que casi
nadie habla, como si no existiese, al de la flexibilización docente y de explotación intensiva
del proletariado cognitivo. Se repasan las principales transformaciones experimentadas
por los trabajadores en general, para enfatizar que éstos no han desaparecido ni ha sido
eliminado el trabajo asalariado –más bien se ha hecho mundial– y que inéditas formas de
explotación se mezclan y confunden con las clásicas, en una nueva polisemia laboral, en la
que predomina la precarización, el despojo y la indignidad. Estos mismos padecimientos