MonteJurra Num 35 Marzo 1968 (PDF)




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LOS MÁRTIRES DE LA TRAD I C I Ó N , GENERADORES
DE LA ESPAÑA NACIONAL
O Í O S - PATRIA- F U E R O S - REY

AÑO III

NUM. 35

sus altares. Pueblos mínimos y grandes, navarros, viéndose dos,
tres y cuatro dobles apellidos, hermanos, que dieron su vida en la
Cruzada; con frecuencia, como si esto fuera poco, acompañados
por uno o varios primos carnales.
Esta elocuencia muda sobrecoge, obligando a los que vivimos, a
redoblar nuestros esfuerzos, por que no se pierda tanto generoso
heroísmo y sacrificio voluntario.
La decoración de la bóveda está representada por:
COMPOSICIÓN DEDICADA A SAN FRANCISCO JAVIER
En esta composición, que pudiéramos llamar la central del conjunto, Stolz ha tratado de representar la labor evangelizadora del
Oriente llevada a cabo por el gran Apóstol navarro.
Sobre un lívido fondo auroral en forma de cruz, destaca la figura de Javier en actitud de bautizar y mostrar a las gentes su crucifijo milagroso. Avanza el Santo «como si de cada huella de sus pies
andarines e infatigables brotase un alma redimida», que dijo un escritor navarro.
Le rodean figuras en representación de todos los pueblos orientales que él convirtió a la fe de Cristo: indios, malayos, javaneses
y japoneses.

Figura en la portada, parte de la decoración de la bóveda que
Stolz, pintó en el Monumento a los Muertos de Navarra en la Cruzada.
La escena representa a los guerreros carlistas antiguos, conjuntamente con los voluntarios requetés que lucharon en la Cruzada
del 36 al 39.
Hemos creído oportuno traer estas pinturas a nuestra portada y contraportada, porque el día 10 de marzo, se celebró solemnemente en toda España, la fiesta de los Mártires de la Tradición, instituida por Carlos VII e incorporada a la España Nacional,
ya que ellos fueron los precursores y generadores del Movimiento
Nacional.
Lucharon por Dios, por la Cruz; por la Patria, grandeza de España, compendio de múltiples y variadas Regiones, antiguos Reinos...
y por el Rey legitimo, tradicional; dinastía que empezó con Carlos V
y hoy tiene su representante en el rey Don Javier de Borbón-Parma.
Todo el templo está orientado y dirigido al triunfo de la Cruz: «In
hoc signo vinces», «Salve Crux spes única».
La arquitectura interior y exterior es de tipo neoclásico, con libre interpretación moderna.
Impresiona meditar sobre las listas de muertos que figuran en

La figura central del primer término representa a la
China anhelosa de recibir la predicación del Evangelio.
A la izquierda, un enfermo indio es conducido en parihuelas a presencia del Santo que ha de curarle.
Y a un lado y otro, en el último término, diluyen su figura un elefante indostánico y un Samuray a caballo, representando el Oriente exótico.
COMPOSICIÓN DEDICADA A LAS CRUZADAS
MEDIEVALES
La figura central representa el monarca navarro Sancho el Fuerte, «el mejor caballero que jamás montó en
silla», en el instante de asaltar el último reducto de los
almohades y de romper a mazazo limpio las cadenas que
sostenían esclavos negros en torno a la tienda verde del
Emir.
A mano izquierda y más en primer término, alza la
Cruz el arzobispo navarro D. Rodrigo Giménez de Rada,
predicador de la Cruzada que culminó en las Navas de
Tolosa. A sus pies dos guerreros muestran como trofeo
las cadenas que formarán en adelante el escudo navarro.
En la parte derecha, dos cruzados conducen moribundo
a su rey Teobaldo II, junto al que cabalga dolorida su esposa la reina Isabel de Navarra hija de San Luis, rey de
Francia, que aparece detrás en la actitud de cambiar su
corona de oro por una corona de espinas.
Más al centro y en primer plano un ángel señala sobre
la roca las palabras. «Deus lo volt» (Dios lo quiere), móvil de las Cruzadas medievales, y a su derecha, muere
un guerrero besando la cruz de su espada.
Al fondo, bajo un flamear de pendones y banderas de
barcos, se alzan en sus caballos los reyes cruzados (Alfonso el Batallador, el Infante don Ramiro, Teobaldo I y
Felipe de Evreux).
COMPOSICIONES INTERMEDIAS
Entre estas dos grandes composiciones históricas, el
artista ha colocado dos grupos de la época moderna, representando, el uno la Navarra religiosa y el otro la Navarra guerrera.
La Navarra religiosa aparece representada en primer
término por los cruceros de Ujué y de Val de Arce, seguidos de una larga procesión de entunicados portando
cirios que se pierde en la lejanía.
La imagen de San Miguel de Excelsis, que levanta un
sacerdote a caballo, liga esta parte de la composición con
el fondo, donde sobre una roca se ve a los romeros de
Montejurra y a dos madres arrodilladas, una de las cuales
implora la protección de San Francisco Javier.
La Navarra guerrera comprende a todos los voluntarios
que desde la guerra contra la Convención francesa en
1793, hasta nuestros días, han dado su sangre por Dios,
por la Patria y el Rey. Las figuras se escalonan en orden
cronológico. Junto a los voluntarios del 93 destaca en
sombras la figura de un guerrillero de Espoz y Mina. A
su izquierda avanzan dos voluntarios de la primera guerra
carlista, uno de los cuales, vestido con el uniforme de los
«Guías de Navarra» de Zumalacárregui, enarbola una bandera blanca.
Siguen a éstos los de la segunda guerra carlista, representados en tres generaciones (abuelo, padre e hijo) junto
a un oficial a caballo que empuña la «Generalísima» (la
bandera con la imagen de la Inmaculada de la primera
guerra).
Finalmente, y en el extremo de la roca, bajo la bandera bicolor y la enseña crucifera de un Tercio de Requetés,
aparecen cuatro voluntarios de la Cruzada Nacional 19361939: Dos requetés, un soldado y un falangista.

MONTEJURRA
AÑO

III

NUMERO

35 —

MARZO

1968 —

20 PESETAS

PRECIOS SUSCRIPCIÓN ANUAL NÚMEROS 25 AL 36
ESPAÑA
EXTRANJERO
De honor

400 pts.

_

Portugal. Marruecos
e

Popular

250 pts.

Hispanoamérica.

Europa
Resto

475 pts.
600 pts.

del

mundo.

700 pts.

Editor: EUGENIO ARRAIZA VILELLA
Administrador: JOSÉ M." ECHARRI

LOIDI

Director: MARÍA BLANCA FERRER GARCÍA
Dirección y Administración:
CONDE DE RODEZNO, 1



Impreso

NAVARRAS,

en

GRÁFICAS

APARTADO 254
S.

A.



PAMPLONA

Un enorme banco azul
Los hombres que no hemos vivido la época parlamentaria española, hemos oído hablar, sin embargo, del banco
azul. El color del tapizado le daba el nombre, y los ocupantes tenían que responder a la fiscalización que, en legítimo
uso de su labor representativa, ejercían los diputados.
No vamos a analizar las ventajas o desventajas que presentaba el Parlamento. Veremos simplemente cómo los ministros del Gobierno tenían que responder a cualquiera de
los parlamentarios. Oficialmente, el Parlamento tenía dos
vertientes, una el banco azul y otra los diputados.
Esta sucinta explicación, que deja enormes lagunas en
la explicación parlamentaria pero que no influyen para
nada en el desarrollo de este trabajo, nos parece suficiente
para dar comienzo al análisis de un hecho sucedido en las
Cortes. El hecho no es otro que la intervención de don Pío
Cabanillas Gallas, subsecretario del Ministerio de Información y Turismo, procurador en Cortes por el Colegio de Registradores de la Propiedad y secretario del Consejo del
Reino, con motivo de las enmiendas a la totalidad al proyecto de Ley de Secretos Oficiales.
El señor Cabanillas Gallas, subsecretario del Ministerio
de Información y Turismo, ha hecho, según sus palabras, la
caridad de escuchar a tres representantes de la familia.
Nos imaginamos que para el señor subsecretario debe ser
penoso escuchar a unos provincianos que tienen la osadía
de discrepar de la Administración central del Estado, pero
hemos de advertir que eso son gajes del oficio, porque los
señores procuradores, aunque sean provincianos, no han
hecho sino ejercitar un derecho que les concede un reglamento no excesivamente ágil, un reglamento que, por otra
parte, no obliga a nadie, aunque sea miembro de la Administración, a permanecer en la sala durante los debates.
Y aquí es donde viene a colación el preámbulo de este
trabajo, porque creemos que la Administración está excesivamente representada en las comisiones, con frecuencia,
para incidir como juez y parte en el dictamen de los proyectos.
Estimamos que el sistema de incompatibilidades en las
Cortes es perfectible, y no creemos en la caridad auditiva
de los miembros de la Administración, y menos cuando la
parte contraria ejercita su derecho sin despilfarros.
Por lo demás, la ironía sutil o desgarrada suele ser poco
edificante, y está pasada de moda.
No obstante, las palabras del señor Cabanillas han servido para recordarnos que la presencia en las comisiones de
subsecretarios, directores generales y altos funcionarios ha
cambiado la configuración de nuestra Cámara. A veces tenemos la impresión de que el banco azul ha crecido.

(GRAFINASA)

MANUEL DE FALLA, 3 — PAMPLONA — D. L. NA. 205 • 1963

Rafael RIVAS DE BENITO

LOS MÁRTIRES DE LA TRADICIÓN Y
LA ACTUAL MONARQUÍA TRADICIONAL
La fiesta de los mártires de la
Tradición, fue instituida por el Rey
Carlista Carlos VII, en memoria de
su abuelo Carlos V fallecido en el
destierro el 10 de marzo de 1855,
y, para recordar también piadosamente a cuantos dieron sus vidas
en holocausto de los principios tradicionales.

ca arranca la legitimidad del actual
Estado Español. En esta fecha histórica, tiene su base la actual Ley
de sucesión en la Jefatura del Esdo. En esta fecha histórica tiene
la legitimidad de origen y de ejercicio el actual Caudillaje, y por
ende, el Rey que en su día sea llamado a sustituirle. Cualquier otra
interpretación al problema sucesorio español, caería en el absurdo,
y absurdo es pensar en el contubernio de Munich, en los manifiestos de Lausanne, declaraciones de
Estoril y demás concomitancias
con la Internacional comunista.

Adquiere esta fiesta plenitud Nacional, por disposición del Gobierno de la Cruzada, sin duda alguna,
por la heroica aportación a la misma, de los sesenta y siete Tercios
de requetés que, cumpliendo la orden expresa de Don Javier de Borbón Parma, padre del Príncipe Carlos-Hugo, se incorporaron al Alzamiento Nacional, previo pacto con
el Ejército peninsular a través del
general don Emilio Mola Vidal, que
representaba al Director del Alzamiento, general Sanjurjo, confinado en Portugal por el gobierno republicano.

Los carlistas, se manifiestan por
un Rey, que cuando lo sea —cumplidas las previsiones sucesorias—
sepa convocar ante sí, a todos los
estamentos del pueblo y hacerles
saber que no mandarán los unos
ni los otros, sino que gobernará el
Rey para el bien común, según la
voluntad de las Cortes representativas. No admiten reyes que sirven
de instrumento para el provecho
personal de camarillas palaciegas.

Los carlistas, llevaban más de
un siglo propugnando el sistema
de democracia orgánica, a través
de la monarquía tradicional, principios opuestos a los sostenidos y
practicados por la monarquía liberal, extranjerizante y parlamentaria.
Así, en 1833 comenzó la primera guerra carlista frente a los llamados «isabelinos», que arrebataron la legítima sucesión en el trono a Carlos V. hermano de Fernando VII y tío de Isabel II. La ayuda
e influencia extranjera, no sólo material sino ideológica en favor de
los isabelinos durante el pasado
siglo, contribuyó a que los principios carlistas no imperasen en España.
Ello no fue obstáculo para que
por toda la geografía patria, generación tras generación, continuasen vivos esos brotes de sanos
principios patrióticos, adquiriendo
su mayor relieve en la epopeya
del «18 de julio», en la que los
carlistas constituyeron una fuerza
de choque que mereció al admiración del mundo entero.
Si hoy España como forma de
gobierno, es una monarquía tradicional, católica, social y representativa, ratificada por aplastante
mayoría en Referendum Nacional,
no cabe la menor duda, que se debe a esos brotes de sanos principios tradicionales propugnados
desde hace más de un siglo por

CARLOS
los aguerridos carlistas, única
fuerza monárquica que pactó con
el Ejército para la salvación de la
Patria.
Se equivocan —a no dudarlo—
los que sostienen que la monarquía carlista está «mandada recoger». Confunden, ya por desconocimiento, ya por dudosa fe, esta
monarquía tradicional, católica social y representativa con la liberal, extranjerizante y parlamentaria que, por hueca y vacía de contenido, cayó para nunca más volver un «14 de abril». Esta última y
sus propugnadores, sí, que están
«mandados recoger», pues un siglo de intermitentes desastres,
con gabinetes relámpago, huelgas,
atentados, etc., es balance deplorable que ningún español con elemental sentido común, puede públicamente defender. Y los que la
defienden —que los hay—, lo hacen por vericuetos fantasmales,

VII
pensando sólo en sus desmedidas
ambiciones personales, en sus finanzas, en su poderío económico
y títulos de la Grandeza con total
ausencia de los indispensables
principios de la justicia social,
aleccionada por los Papas.
La monarquía propugnada por
los carlistas, es la del pueblo y para el pueblo; es la que, frente a
los partidos turnantes —de amarga memoria en España— sostiene
la consideración amplia y bien definida de la Familia, el Municipio,
la Región, el Sindicato y las Asociaciones como entes sociales intermedios entre el individuo y el
Estado, que representen suficiente
y auténticamente a aquél, y sean
capaces de dialogar con éste.
Junto con esa clase de Monarquía, los carlistas se manifiestan
por un Rey que él o sus ascendentes (ascendientes) preparasen el
«18 de julio». En esta fecha históri-

Estos amplios brotes carlistas,
tan arraigados por la geografía patria desde hace más de ciento cincuenta años, cautos y generosos,
mantienen sin subvenciones de
dentro ni de fuera, delegaciones locales en siete mil pueblos de España, y una masa propia de quinientos mil militantes, propensos
como en tantas ocasiones a que
los principios tradicionales y, más
concretamente, el espíritu del «18
de julio» no se tergiverse, mixtifique ni se adultere. Ello, en aras de
la paz y progreso de todos los ciudadanos; en aras de la igualdad de
oportunidades sin otra distinción
entre los hombres que la emanada
de sus virtudes, defectos y aptitudes recibidas del Creador.
Tienen los carlistas su reunión
anual «monstruo» en el histórico
«Montejurra», donde se concentran
decenas de miles de personas de
ambos sexos y edades, constituyendo la mayor concentración religiosa-patriótica, no sólo de ámbito nacional sino internacional.
Acuden de los distintos lugares
de la península y provincias de ultramar, y uno de sus lemas es:
¡Honor y gloria a los Mártires de
la Tradición; todos juntos en unión
por Dios, la Patria y el Rey Javier!
JUAN VELASCO PÉREZ

El Tradicionalismo
y los mitos
de nuestro tiempo
En los tiempos actuales en que la fiebre de la acción impide muchas
veces la reflexión, es necesario detenernos de vez en cuando a examinar
nuestros principios y a limpiarlos de adherencias circunstanciales.
Vivimos sumergidos en una época de crisis; crisis en las ideas y en
las instituciones. En el tránsito de un mundo a otro, sólo triunfará aquel
que sepa mantener con firmeza los principios fundamentales.
Un peligro gravísimo nos invade: la despersonallzación o masificación.
Todos oimos, leemos y nos alimentamos de las mismas ideas, que se nos
sirven prefabricadas, y por la ley del mínimo esfuerzo, queda en huelga la
inteligencia; el hombre abdica de su personalidad y se convierte en
autómata.
La sociedad masificada es propicia a vivir del mito. El mito es un concepto híbrido, polifacético, que halaga los instintos y se acepta sin mayor
dificultad. Hay mitos por todas partes y de todos los tipos. Hay mitos
políticos: democracia, libertad, coexistencia, paz. ¡Ay de aquel que se
atreva a contradecirlos!
Sin embargo la aceptación resignada, el silencio, implican una claudicación.
Hoy todos somos o nos llamamos «demócratas». Todo partido para
presentarse en público, parece que necesita ese adjetivo. Hay como una
histeria democrática colectiva.
En el concepto clásico aristotélico, democracia significa el gobierno
de pueblo por sí mismo. Mas esto, en puridad, sólo cabía en sociedades
simplicísímas. En la compleja vida moderna es, de hecho, imposible.
Mas lo que ahora se entiende por «democracia» es de cuño liberal:
soberanía del pueblo, voto, sufragio universal, régimen de partidos, ley
de la mitad más uno. En la realidad una farsa, en la que la picaresca ha
tenido holgado desarrollo. El interés general se traduce en el interés de
los grandes grupos prepotentes. El partidismo enfrenta a unos con otros,
y con la ley de la mitad más uno se cometen las mayores atrocidades.
Decía Donoso Cortés que en el fondo de toda cuestión política había
una cuestión teológica. También aquí. Elias de Tejada ha desarrollado los
tres tipos ideológicos modernos partiendo de la doctrina del pecado original. El hombre roussoniano, naturalmente bueno, da lugar al liberalismo
político; el hombre luterano, radicalmente malo, al totalitarismo. Frente a
ellas, el concepto cristiano del hombre creado por Dios y viciado por el
pecado original, exige un régimen en que la autoridad y la libertad queden
armonizadas.
El tópico demócrata es la mitad más uno. Pero las mayorías no pueden
¡r nunca contra lo que está por encima de ellas: la ley de Dios, la ley natural, la constitución histórica de los pueblos. Lo que es, per se, injusto, no
puede volverse justo porque lo digan la mitad más uno. Nuestro derecho
sobre Gibraltar no nos lo da una votación de la ONU, sino unos títulos legítimos indiscutibles.
Si ser demócrata es sentir el aliento popular, nadie más demócrata
que nosotros. Pero mejor que democracia, es preferible hablar de representación. La autoridad, la realeza, tienen su justificación de derecho divino. La representación, si es legítima, se encuentra en las Cortes con el
poder, y, respetándose mutuamente, pueden dialogar con vistas al bien
común.
La democracia no es un fin, sino un medio. Y si no sirve, hay que
arrojarla por la ventana, como objeto inútil.
Otro mito es el de la «libertad». Hay una hipertrofia de la libertad,
fruto del liberalismo, que llega a mantener el principio de «hacer lo que
me de la gana», que conduce directamente al salvajismo más absoluto.

Dios dotó al hombre de libertad psicológica, pero al darle una ley le
privó de libertad moral. La ley actúa como los semáforos en la circulación:
no priva de la libertad física, pero sí de la moral. La infracción es un
delito.
¿Soy, por tanto libre para pensar, para obrar como quiera? Según:
si hay una norma superior que me lo prohibe, no.
¿Y cómo hacerlo? He aquí el gran valor político del fuero, como carta
ele libertades concretas, frente a la libertad abstracta.
Se habla demasiado de derechos y poco de deberes. En una sociedad
cristiana, deberíamos pensar que el Evangelio nunca habla a nadie de derechos, sino a todos de deberes. Y en fin de cuentas, el deber de uno es
si derecho del otro. Pero predicar el derecho halaga los oídos; y hablar
del deber duele, porque no gusta.
Hay una grave crisis de autoridad. La revolución comenzó desde arriba, y el poder perdió la noción de su origen divino. Si el subdito no ve que
la autoridad es mandataria de Dios, y sólo ve que tiene la fuerza, se subleva en su interior porque ningún hombre tiene por sí derecho a mandar
sobre otro. Sin embargo, San Pablo nos habla de obediencia al poder, y
el poder de entonces era Nerón; y manda a los esclavos obedecer a sus
amos, y la esclavitud era una injusticia. Y a fuerza de obediencia, se humanizaron las instituciones.
Claro que hay un derecho a la rebeldía. Pero no en todo caso, sino previos unos requisitos muy graves, que no pueden ser estimados individualmente.
¿Porqué nosotros, los carlistas, que nos sentimos los más libres, no
hemos hecho nunca bandera de la libertad? Aquí tocamos un problema
profundo. Cuando se ama un ideal, la libertad se le sacrifica en holocausto.
Los héroes, los santos, los grandes hombres que se hallan embebidos por
un ideal a quien aman, sin perder su libertad radical, la han sacrificado en
aras del mismo. Un carlista es libre para muchas cosas, pero no para dejar
de serlo.
El mito de la paz. He aquí otro concepto polivalente.
Todos claman por la paz. Para muchos la paz no es más que el mero
orden público; para otros el cese de las guerras. Más la paz no nace sino
de un orden social perfecto.
No es lo mismo pacífico que pacifista, según recordó hace poco el
Papa. El pacifista está cerca del derrotismo, que es la aceptación anticipada de la derrota. El abandonismo —que se presenta muchas veces como
liberación de los pueblos— se vuelve trágicamente en beneficio del enemigo. El caso de Argelia, tan reciente, es de una enorme elocuencia. Hoy
la base de Mazalquivir apunta a la que hasta ahora era su metrópoli, con
cañones y escuadras comunistas.
La verdadera paz viene por el orden, y éste descansa en la justicia.
Nuestro Fray Luis de León exponía la paz en una triple dirección: consigo
mismo, con el prójimo, con Dios. La paz será siempre un ideal inasequible,
porque la guerra es fruto del pecado. Pero es un bien al que siempre
hemos de aspirar.
Pero no es un bien supremo. Fue dicho que la vida sobre la tierra es
milicia: no contra carne y sangre, sino contra los poderes de las tinieblas.
Bien lo dijo el Ángel del Alcázar: disparad, pero sin odio. Luchamos contra
ias ideas, y sólo contra los hombres en cuanto son portadores de ellas.
Hoy se quiere negar el sentido militante de la vida, sustituyéndolo
por un necio conformismo. Eso sería la paz de los sepulcros. Todavía los
españoles poseemos un sentido militante. La vida es algo que tiene valor
trascendente y su holocausto por un ideal siempre será noble y heroico.
Un vago internacionalismo nos quiere vaciar de nuestras virtudes raciales, sin pensar que en una comunidad internacional, el valor del conjunto depende de los valores de las aportaciones respectivas. Una suma
de ceros, daría un cero trágico y lamentable.
No podemos perder nuestra originalidad. Frente a la abdicación de
todos los valores, un pueblo que cree, ama y espera tiene siempre la posibilidad del triunfo.
En este mundo en crisis, hay que levantar las banderas de la lucha
ideológica, de la lucha política, y, si necesario fuera, de la lucha armada.
Un santo religioso decía: escoged aquella doctrina política de la
cual, en la hora de la muerte, si de algo hayáis de arrepentiros no sea
del ideal que profesasteis, sino de no haberlo cumplido al pie de la letra.
Pero que en el juicio de Dios, no se nos preguntará si alcanzamos la victoria, sino si hicimos todo lo necesario para obtenerla.
SALVADOR FERRANDO

Meditación ante los Mártires de Navarra
Los primeros días de marzo, me
llevaron a Pamplona, en cuyo cementerio reposan los restos de algunos de mis seres queridos.
Mi estancia en la vieja Iruña me
incita siempre a recordar los años
vividos en ella, los de la gesta inmortal que se fraguó entre sus muros, con la complicidad de toda la
Provincia. ¡Qué lejos parece todo
aquello, a pesar de ser tan próximo
a nosotros! ¡Son tantos los que se
afanan en reducir la Cruzada que
salvó a España a un volumen insignificante, quitándole fuerza y raíz,
esencia y razón de ser!
Los que vimos, los que vivimos,
los que sabemos lo que fue, no podemos por menos que recordar, y
sentimos la necesidad de reanudar
el diálogo, interrumpido por la
muerte, con los que conocimos, con
los que conversaron con nosotros,
entre dos combates, antes de dejar
su vida en un parapeto, en el asalto a una posición o bajo la metralla
de un bombardeo, incluso en la misma Pamplona! Sentimos el deber
de ser un poco el eco de sus voces
y de dar testimonio del espíritu
que les animó.
Por eso, primero, visité en el cementerio, las tumbas, muchas, pero
muchas menos que las reales, tan
solo un símbolo de las que encierran restos de navarros en todos los
lugares a donde acudieron para regenerar y limpiar España, con el holocausto de sus vidas! En muchos
casos, sus cuerpos despedazados
quedaron mezclados y confundidos
con la tierra de la Patria, íntimamente unidos a ella, para hacer más
patente su ofrenda! Iba leyendo
nombres, edades, apelaciones de las
unidades en las que estuvieron encuadrados, regimientos del Ejército,
Legión, Banderas de Falange, Tercios, que recuerdan los viejos Tercios de Flandes, por su heroísmo,
pero con nombres más íntimamente ligados a nuestra Tradición, Montejurra, San Miguel, San Fermín,
María de las Nieves, Cristo Rey,
Virgen del Camino, Navarra, Abárzuza, del Rey... y tantos m á s ! He
dejado Lácar para la última citación, ya que ante la cruz de granito
de un voluntario de Lácar, mientras se me nublaba la mirada, al
ver que se llamaba Bueno, que murió en 1938, en el frente de Aragón, y que tenía... ¡17 años!, me
sorprendió la máquina de Mena, de
«El Pensamiento Navarro». Mi caminar solitario me llevó, luego, ante el nicho que guarda los restos
de un héroe de leyenda y de romance, los del Comandante Villanova Rattazzi, el que murió al frente del glorioso Tercio de Navarra,
donde sirvió, como un voluntario
más, «EL PRINCIPE REQUETE»,
inmortalizado por Romero Raizábal, el que, bajo nombre extranjero,
se ofreció a la Patria y vertió por
ella su sangre de príncipe real de
la dinastía legítima de la Tradición!
Ante la tumba del Comandante Villanova no había ni una flor..., le
puse unas ramas de ciprés! !
Al día siguiente, quise visitar el
Monumento a los Mártires. Fui, remontando la Avenida de Carlos III,
desde la Plaza del Castillo, para ir
contemplando la perspectiva de la
ingente mole que perpetúa la me-

moria de los miles de navarros inmolados por una Patria mejor!
Cuando llegué era ya tarde, y el
guardián me citó para la mañana
siguiente, a las nueve. No falto a
una cita tan solemne. La pesada
puerta se abrió solo para mí, ¡Bendita seas, N a v a r r a ! , y el guardián
resultó ser un requeté de ese famoso Tercio de Lácar cuyo recuerdo
parece perseguirme, pues ya quedó grabado en mi mente, cuando le
vi tomar al asalto el monte San
Marcial y supe que eran ellos, los
requetés de Lácar, los que entraron en las ruinas humeantes de
Irún, una de las primeras víctimas
del odio marxista, al mando del
inolvidable Coronel Beorlegui, que
al frente de «sus Boinas Rojas», recibió la herida que le llevaría, poco
después, a reunirse con las formaciones de Tercios celestiales!
Bajo la cúpula del Monumento
reposan los restos de dos generales, el carlista Sanjurjo y Mola, el
que creyó en el carlismo, y le hizo
confianza, el que contó con el carlismo, y a él se vinculó ¡como un
carlista! Cuando el Ángel llame a
todos los hombres, en el día en que
todos nos veremos tal como hemos
sido, estos generales tendrán una
escolta singular, la de los que en
la misma Cripta reposan, el primer
requeté que murió, sin salir de su
pueblo (¡hasta Navarra había llegado el odio entre hermanos y el espíritu de venganza!), el más joven,
que tan solo contaba 16 años (como
el Cid de Corneille, hubiese podido
decir «el valor no se mide por la
edad!»), el más viejo, 66 años (la
edad soñada para jubilarse, pero el
requeté navarro que ahí reposa pensó que su vida todavía podía ser
útil... y lo fue!), el sacerdote que
siguió a los Cruzados, para llevarles, hasta el último momento, el
consuelo de su ministerio, y cayó
junto a ellos; el seminarista, promesa de una vida, que Dios juzgó ya
madura para llevarle a gozar de su
gloria; los dos hermanos, el uno falangista, el otro requeté, unidos bajo la misma losa, héroes de un
mismo ideal de una Patria unida y

renovada, libre de esclavitudes vergonzosas, engrandecida y resurgida,
gracias al sacrificio de sus mejores
hijos!
En la bóveda del templo votivo,
condensada en elocuentes pinturas,
toda la historia del viejo Reyno cristiano y guerrero! El «Angélico» de
Aralar, el glorioso San Miguel, príncipe de las milicias celestiales y
protector perpetuo de Navarra, que
ayudó a Teodosio de Goñi a triunfar del espíritu del mal, que le indujo a cometer el horrendo crimen,
fruto de la calumnia y del engaño,
trágico error que tuvo que pagar
con toda una vida de penitencia!
Javier, el misionero de espíritu requeté, que murió en llamas de amor
divino, y lo ofrendó todo, hasta la
vida, como un Antonio Mollé, y
como el más anónimo de los «Boinas Rojas», Caballeros de la Cruz de
Borgoña! Teobaldo, el guerrero que
regresa, vencido en su cuerpo, pero
no en su espíritu, ya que la reina,
su esposa, digna hija de San Luis
de Francia, enarbola el estandarte
real! El temible Sancho el Fuerte,
con su maza de armas, todavía vibrante de haber quebrado las cadenas del mahometano, cadenas
que, en campo de púrpura, habrían
de dar realce y vigor al escudo del
Reino! Voluntarios de Carlos VII,
con sus vistosos uniformes, respaldando a los Cruzados del siglo XX,
que a pecho descubierto, con el Detente sobre el corazón, se dirigen al
combate, enarbolando
gigantesca
bandera! Cruceros de Ujué, penitentes de la Virgen Morena, Romeros de Montejurra, mitad monjes,
mitad soldados del Cristo Negro de
la Cueva! Esta es Navarra, la cristiana y guerrera, la que guarda entre sus montes y sus riscos, en su
Cuenca y su Ribera, el tesoro perpetuo de una fuerza inagotable, de
una fuente de vida, que se convierte en torrente y se desborda
con impetuosa furia, cuando es preciso defender a España y las libertades y la justicia, bajo el estandarte de la Tradición y de la Legitimidad! ¡Navarra, cuna y semillero
de héroes, arcón donde se conser-

van las virtudes de la Raza, la que
no admite componendas... y sabe
esperar la hora de la Verdad, porque ésta siempre llega, tarde o temprano! ¡Quien pretende ignorar u
olvidar lo que significa Navarra comete la locura de querer arrancar
el corazón a un ser vivo... esperando que seguirá viviendo! Navarra fue el corazón de España en
1936 y sigue siendo un órgano vital
de la Patria, aunque haya cerebros
que lo pongan en d u d a ! En la fachada del Monumento a los Mártires están grabadas las palabras del
Caudillo, cuando concedió la Laureada a la Provincia y las del Vicepresidente de la Diputación Foral,
al iniciarse el Alzamiento, en las
lápidas de mármol que cubren las
paredes del Templo del Recuerdo
están grabados los nombres de los
que confirmaron unas y otras palabras, rubricándolas con su sangre de mártires! No se pueden borrar páginas de Historia escritas con
sangre, ni se pueden rasgar pergaminos que reconocen valores intangibles! Navarra dio el impulso al
Alzamiento Nacional del 18 de julio, Navarra hizo posible la Cruzada, y solo los que ya no quieren
oir hablar de «CRUZADAS», de
«CAÍDOS» y de «SANGRE DE LOS
MEJORES HIJOS D E R R A M A D A » ,
como me escribe un barcelonés anónimo, que encuentra que Sartre y
sus obras son poco menos que edificantes, y desde luego, recomendables, están deseando que no se
hable más de Navarra!
Yo me permito hablar de ella,
sin que se me pueda reprochar chauvinismo, pues ni nací en Navarra
ni todo mi origen es navarro, aunque la sangre que me han transmitido mis antepasados navarros debe
ser la que da especial impulso y vitalidad a mi corazón, la que m e
mueve a seguir siendo carlista navarro, como lo fui el año 36, y la
que me impulsa a gritar, sin fanatismo, pero con fuerza
¡¡VIVA
N A V A R R A E S P A Ñ O L A ! ! ¡ ¡VIVA. N A V A R R A C A R L I S T A ! !
Desde IRUN, marzo de 1968.
PILAR ROURA GARISOAIN

imagen
biológica
de la
tradición:
tronco
consistente,
savia nueva
La ¡dea biológica de la Tradición
se ve, por ejemplo, en el posibilismo: «El tradicionalismo... (es) una
vida». «Si el tradicionalismo es una
vida, ha de obrar según las leyes de
la vida».
La misma idea es recogida por el
magisterio carlista: «Pero tradición
es sólo lo que permanece vivo».
De modo semejante a como el
hombre no puede subsistir bien sin
mantenerse en su integridad física
esencial, bien sin alimentarse, bien
sin renovarse o sin eliminar los residuos alimenticios, así acontece
con la Causa.
Pero la analogía gráfica y biológica, aún naturalmente imperfecta,
que parece conviene mejor a la didáctica de la Tradición es la arbórea, la del
«Guernikako arbola»
o la del complejo forestal y federal
del bosque.
«El Árbol de Guernica —ha recordado el mismo magisterio carlista—
es el símbolo de las libertades municipales y regionales de la Monarquía Tradicional- (IV-62). Y en otro
lugar: «La Monarquía nueva ha de
tener necesariamente raíz tradicional».
La masa arbórea arraigada en el
solar ibérico, no limita la función
de sus raíces al mantenimiento o
soporte de la estructura, sino que
las extiende y dilata ininterrumpidamente, orientándose en sus mociones radiculares, hlpersensibles, a
todo lo bueno y positivo, a las riquezas puras del demosolar, hacia
las frescas corrientes del subálveo,
hacia estrados y venas de gran riqueza mineral y orgánica.
Esta progresión tradiclonalista necesaria no es suficiente. También
las ramas se dilatan y estiran retorciéndose en danza secular, mecidas
y templadas por los más diversos
vientos de la historia. Hay una progresión estacional no sólo en hojas, flor y fruto, sino también en excreciones estacionarias. Entre tanto
las mismas ramas crecen buscando
e ¡rguiéndose hacia mansiones de
mayor luz, dominios del espíritu,
hacia el brillo y color de la cultura
o de la vida intelectual del pueblo.

TRADICIÓN
Y

SÍMBOLO
a

Por J. M. ORIA

En fin, hasta el añejo tronco, aula
magna de los cursos circulatorios
de savia siempre fresca, vital, vigorizante, se desnuda de sus andrajos, harapos de viejas e inservibles
cortezas, como las de los vetustos
y falsos plátanos; y progresa en su
cintura por fajas estacionales, sólo
iguales en apariencia, y a pesar
de ello muy diversas en la línea
oscilante de sus orillas circulares.
El mantenimiento estático, preo-

^

cupación natural integrista, con ser
fundamental a la propia vida del
ser, parece ceder la asimilación,
merced a la cual no sólo está entero, vive entero, sino que hace íntegra la esencia del pueblo y se desarrolla entero. Aquí la integración
y la progresión se complementan íntima y armónicamente, de modo que
no hay un integrismo consistente si
no va precedido de un progresismo
vital. Y recíprocamente, hasta el

MÚSICA DEL GUERNIKAKO ARBOLA

punto de no poder señalar «a priori»
y de modo formal el signo de la precesión.
Es verdad que en la Tradición, esa
majestuosa selva por la densidad,
la riqueza y la complejidad, civilizada en parte por su cultivo y su
fin que es el bien común de la sociedad, las dos fuerzas de integración y progresismo no se corresponden idénticamente, a causa de los
perfiles dados a estos vocablos,
con los movimientos religiosos o
políticos por los mismos designados.
«El tradicionalismo —precisa correctamente Minguijón— es toda
una civilización». Y una civilización
no puede imaginarse bien, muchas
veces, a fines didácticos, a través
de un solo árbol, sino de una flora,
de una zona climática o, al menos,
de un parque nacional. Porque en
el suelo de este parque brotan las
tradiciones regionales, culturales,
jurídicas... La belleza no está sólo
en la homogeneidad, sino en la convivencia del roble con el álamo
temblón, el árbol del paraíso o del
amor, el pino, el eucalipto o la
magnolia.

imagen
biológica
vazmelliana
de la
monarquía
La feracidad del suelo se ve enriquecida por la estratigrafía del
«derecho cristiano».
Allí «brotó el árbol de la Monarquía representativa e histórica». Si
«Monarquía española es sinónimo
de Nación española», una y otra pueden venir representadas en su doctrina y en su historia mediante el
árbol o el bosque federal.
Allí brotó además según la primera síntesis gráfica, el árbol de
la Tradición, ramificado según las
tradiciones fundamentales. Si bien
la Monarquía católica, tradicional,
social, representativa y federal es
la tradición príncipe, lo es al mismo tiempo compleja, vectorial. Partiendo de la imagen vazmelliana hacia la nuestra parecería erigirse según la rama central. Sin embargo
seguimos, en la segunda, la división
clásica en elementos implicados en
dicha Monarquía, ramificando «sus»
tradiciones en los cuatro subconjuntos o puntos cardinales: religioso,
patrio, federal y monárquico. Pero
esta división no quiere decir que
a cada concepto sólo afecta su propia rama, error en el que reincide
la política actual y como en el caso particular del cuarto pretenden

imagen
desacertada
del
tradicionalismo
posibilista
José María Iparraguirre
los técnicos, sino que estando todo
el árbol alimentado por la misma
savia y formado por los mismos tejidos, cada una de las ramas afecta y es sensible a todas y cada una
de las otras tres.
La savia, en nuestra imagen síntesis, es popular al formarse por disolución de las riquezas de la tierra, representación imaginativa de
las del pueblo.
Por eso la imagen vazmelliana es
plenamente adecuada al afirmar
que «el árbol de la Monarquía representativa e histórica», es decir,
la Monarquía tradicional, contenido
esencial y parte integrante de la
tradición, «se desarrolló fecundado
por la savia popular».
«La nación comenzó a levantarse
bajo las ramas frondosas de la Monarquía». Y todavía mejor, a los fines de nuestra intención didáctica,
los forjadores, los cultivadores de
la nación se cobijaron bajo su sombra, se alimentaron de sus frutos y
sembraron sus semillas.
«De tal manera se confundieron
en una sus vidas», monarquía y nación, árboles cultivados en un mismo suelo y regados por las mismas
lluvias y corrientes, «que la robustez y lozanía de la institución monárquica coincidió siempre con la
grandeza nacional, y la ventura y
prosperidad de la Patria fue siempre en España florecimiento de la
Monarquía (tradicional) y acrecentamiento del amor a la realeza».
Yo creo que el ¡ntegrismo no se
desgajó del carlismo por el hacha
o el vendabal, de modo que éste
quedara escindido, roto, partido en
dos facciones, término mal empleado por fracciones o antagonismos,
sino que la semilla genuina de la
Tradición germinó en un arrañal del
parque para engendrar una mata o
arbusto de proporciones considerables. Este a su vez, fecundado, multiplicó su descendencia que en parte retornó hecho abono y alimento
del árbol secular del carlismo y en
parte fue arrastrado por los vientos de la política meramente táctica
hasta generar los posibilismos fuera de los límites de cultivo de la
Tradición.

«El tradicionalismo —escribía el
fundador del posibilista, en 1932—
ganaba terreno como doctrina y en
cambio el jaimismo (léase carlismo) perdía terreno como partido.
La corteza del tronco venerable parecía secarse, mientras venían a
alimentarse de su savia profunda
núcleos que antes no se habían cobijado bajo sus ramas. Su influencia
abarcaba zonas más extensas que
nunca; y podía pensarse que, si ese
viejo tronco llegaba a morir sofocado por la vieja corteza, moriría dando la vida, que es una manera de
perpetuidad... ¿Serían admitidos los
gentiles... mientras los hijos... quedaban al margen de las aguas que
dan la vida?».
La idea de árbol en la Tradición
es una forma de explicar el alma
por un proceso corporal aunque vivo. El tradicionalismo posibilista
creía posible también separar el alma del cuerpo, para que el alma
seccionada en organismo vivos infundiera vida a corporaciones bastante muertas. Esta metempsícosis
colocaba al posibilismo en el lugar
de un mero sistema táctico, con esquema tradiciológico, alimentado
del polen de la Tradición después
de mezclarlo a los aires de la conveniencia y sin dar una explicación
correcta del cuerpo de la Causa.
Eran precisamente no los jaimistas,
sino los minguijonistas los que
caían con la imagen cortical.
El tradicionalismo carlista dice,
en efecto, como quería el posibilismo y como desean los actuales posibilistas: «Este programa no es patrimonio nuestro, es de España. No
queremos tener exclusiva sobre él.
Pertenece a todos, es la bandera
del bien común».
Pero el posibilismo se equivocaba
principalmente en dos cuestiones,
una de metodología doctrinal y otra
de táctica política:
En primera cuestión, tomaba como base un tradicionalismo cada
vez más indefinido y siempre variable, con peligro de ignorar el
punto doctrinal que podía caer o
no dentro de lo posible, es decir, el
objeto inmediato del sistema. Confundía los tradicionalismos que surgían: por radiación de la Tradición
carlista; y por desintegración mediante una interpretación subjetiva

de las partes esenciales, la cual,
por otro lado, se habría de hacer
pocas veces con buenas intenciones.
Con esto se corrían tres riesgos
primordiales:
Que el tradicionalismo quedara
sin corporación y su doctrina cayera
en la vaguedad de tantas palabras
empleadas en doctrinarismos políticos, tales como democracia, ¡ntegrismo, progresismo, radicalismo,
libertad, autoridad, etc.
Defender «otra cosa» nueva y
desconocida y posibilidad de hacerlas compatibles con principios contrarios a la Tradición, como lo demostraron las corrientes políticas
ulteriores y la historia. En un curioso ejemplo, cualquiera de los tres
partidos que pugnan en el Bundestag podía haberse generado tradiciológicamente de un tradicionalismo posibilista alemán, aun cuando
partiera del tradicionalismo de Vogelsang y se enriqueciese con la
concepción sobre el desarrollo de
Newman y las ideas de Godofredo
Kurth.
En segundo lugar, se equivocaba
cuando deseaba que «si otros quieren realizarlo (el programa tradicionalista, a trozos, e implícitamente), que se lleven ellos la gloria,
nuestro apoyo no les faltará. Si en
sus partes esenciales lo realizasen
otros... y no fuera ya necesario
nuestro arribo al Poder, ¿qué más
podemos desear?».
Al carlismo se le quería hipotecar su natural accesibilidad al poder y se le negaba todo premio temporal para estimular a sus componentes, incluso la gloria humana y
hasta la satisfacción terrenal de laborar para el triunfo de unos nobles
ideales. ¿Qué táctica política podría seguirse para mantener una actuación política sin los más mínimos estímulos terrenales y económicos, ni siquiera espirituales, sino
sólo la estoica satisfacción de observar que los demás se habían
aprovechado de aquello que en un
orden dialéctico, intelectual, técnico, constituían sus propias armas
y recursos? Se seguía de modo inmediato o una falta total de fe en
las misiones necesarias del carlismo o bien que no se habían entendido ni éstas ni las normas más elementales de la estrategia en la lucha política, umversalmente reconocidas: La diana de la actuación
política es la conquista del poder,
aun cuando después, sobre la marcha, «a posteriori», hubiere que cooperar, unirse, coaligarse.
Esa pretensión apriorístlca del posibilismo era tanto más ilógica cuanto que el carlismo mostró una abnegación ejemplar después de su
cruento sacrificio en la guerra de
Liberación por principios muy comunes. Y mostró una sincera satisfacción por las coincidencias «a posteriori»; como es el caso, a vía de
ejemplo, de la entusiasta adhesión

y el cariñoso respeto que los carlistas guardamos hacia la integridad
de Calvo Sotelo, a pesar de sus
convicciones en materia dinástica
de aquél de quien por sus acrisoladas virtudes podía esperarse una
contribución arbitral clave en la consecución plena de la unidad de los
monárquicos españoles y en la definitiva solución del problema dinástico sin exigir a nadie la deslealtad,
sin recurrir a procedimientos retorcidos, unilaterales y siempre sospechosos.
Todo aquello tanto más ilógico
cuanto que, en realidad, la Tradición
entraña en la actual y triste coyuntura histórica, la continuidad tradiciológica, no la absorción unificante ni la integración destructora, de
la doctrina social y económica y,
sobre todo, del espíritu joseantoniano y la mejor solución a su difícil problemática, cumpliendo una
misión fraternal debida a la lealtad
y a la admiración hacia «aquellos»
nobles y esforzados compañeros de
armas y sus dignos, probos, honestos y auténticos sucesores pertenecientes a las alas genuinas.
Todo ello tanto más cuanto que
tal lealtad y caballerosidad son a
su vez, la máxima garantía que un
cuerpo histórica y secularmente decente puede dar de esta verdad:

el árbol
extiende
a todos
sus ramas
y sus frutos
La Tradición abre a todo el mundo sus ramas. Las corolas de sus
flores permanecen abiertas a todo
el polen que, mecido por una noble
brisa, austro o noto, regañón o ábrego, sea capaz de realizar una obra
fecunda. Y su floresta, arboleda y
zona verde de la Patria, sin vallas,
también está abierta a todo el pueblo a quien pertenece el solar silvestre y cultivado. Por lo cual no es
difícil descubrir en el prado o en el
robledal, al mismo tiempo, topos,
roedores de raíces y coronas anulares del tronco, lobos, zorros, raposos entre otras alimañas, pájaros
carpinteros y, de otra parte, bellísimos y aterciopelados colores que
se agitan sobre la reverberación de
las hojas y dejan adivinar los nidos.
El árbol extiende a todos sus ramas y sus frutos. Mas no lo entregaremos. Es decir, no lo traicionaremos jamás.
Esta apertura también es doble
en otro aspecto: al campo político
y, de puertas policromadas, a los
cálices del espíritu. Pero, además,

en otra forma generosa de apertura,
ofrece y distribuye sus frutos a todo el mundo. Esta es la mano tendida del carlismo. La mano que se
extiende para repartir su riqueza.
No obstante, siempre poco a poco
que no es lentamente y con orden
que es premio y garantía, con la armonía y los lentos compases de
la vieja y nueva canción:
«eman da zabaltzazu
munduan frutua...»

fuertes
vendavales
y terrible
tempestad
En torno a este árbol de la Tradición ha caído gran cantidad de
polvo y toda clase de basura: vías
muertas, ferocidades, fusilamientos,
cauces no firmes. Contra él se han
lanzado disparos de todo calibre y
dardos emponzoñados de ironía y
adornados con las plumas multicolores de la adulación condicionada.
En el parque de la Tradición se han
perdido los ecos de palabras hueras
motejando al carlismo de anticuado, retrógrado, ultra, revanchista,
reaccionario, faccioso, fascista, de
absolutismo, totalitarismo, de Inquisición, de fanatismo o de fetichismo, de integrismo, marcha atrás y
también, recientemente, de elementos de extravagancia y progresismo.
A cuantos se cobijan en la umbría bajo su fronda se les ha tendido por todo el valle cebos de poder, grasos
repelentes al husmo,
desde la propia corona real a sencillos puestos de trabajo administrativo o manual: carteras ministeriales y de valores, títulos de banco o de honor, sillones y chatarra
de estéril vanagloria.
Con un tenebroso velo de baja
bambalina pseudo-académica o de
telón y cortinajes rojos guarnecidos
de oro, se han ocultado sus flores
y sus frutos. Se le ha entorpecido
el riego de pie que procedía artificiosamente de los cauces políticos
terrenales, salvo excepciones que
no podremos olvidar.
Y si de vez en cuando se ha descorrido el telón o se han alzado los
falsos decorados, ha sido para mostrarlo bajo el tema de la iracundia.
Entre tintes violáceos y oscuros de
una temible tempestad. En un escenario animado por personajes salidos de la pintoresca épica valleinclana y en episodios de inquina muy
mal disimulada.
Algunos de sus regios tirsos flordelisados han sido perseguidos hasta en el temido acercamiento de estambres y estigmas. Se utilizó la
saña más morbífica, en la que de-

jó oscilando sus estribos la específica flema con pasión y descaro
por una gruta, absurda e insostenible parcialidad. Y los signos de inteligencia para la represión se intercambiaron al compás de los puños golpeando en los despachos, en
los pasillos, en las imprentas y en
las cabinas de los medios audiovisuales.
Mas todo esto, tras las próximas
lluvias, resbaló por el tronco. Arrastrado con la cortezuela desprendida, la morceguila y las propias secreciones y adobado con el humus
centenario, quedó transformado en
estiércol de elevada calidad, abono
de un alto poder nutritivo. De este
modo, al siguiente equinoccio de
primavera brotó un verde en su
fronda con el vigor y la beldad que
cubre y asciende por las landas reverberantes y refulgentes de Montejurra. Y a los pies del tronco, fragantes de matas de espliego y romero, surgieron macizos blancos de
apretadas margaritas, junquillos,
muguet y esparragueras infantiles,
consistentes amapolas, multitud de
botones de oro, claveles cruzados y
formaciones densas de menudas y
apareadas florescencias de campanillas. Marco, adorno y garantía de
la continuidad y del desarrollo, y
símbolo de renovada lealtad.

las ramas
fundamentales
del árbol
El árbol de la Tradición es inconfundible por la estructura bien tra-

bada de sus cinco cruces, las cuatro
cardinales y la cruz en planta que
forman las cuatro ramas principales.
De la madera de la primera rama
se tallaron los crucifijos aplanados
mayestáticos, casi bizantinos, las
imágenes románicas y góticas de
Santa María la Real y la Imperial,
sus hornacinas conchiformes, tronos y doseles, frisos y molduras, bajorrelieves v tablas de los Misterios
de la Fe en los retablos renacentistas, así como las tallas barrocas
de los Cristos de sayas, crucificados o yacentes, muy del gusto de
nuestro pueblo, las cabelleras y
pliegues de los apóstoles y confesores procesionales, los asientos y
respaldos alzados en los coros de
beneficio o monacales y las celosías de la sabiduría y la contemplación.
De la madera de la segunda rama se fabricaron los ingenios de la
Reconquista, se tornearon las lanzas de huestes y tercios, se armaron los navios y bergantines que
surcaron los océanos en las grandes singladuras y las arboladuras
que resistieron en duros periplos
los embates contra el honor. Se
construyeron los artesonados de las
casas solariegas, los portones de
las villas; las piezas, utensilios y
máquinas de la artesanía, las cubas
y toneles de la alegría; las ruedas
de la secular andadura agrícola y
romera, así como las tribunas y cátedras de las escuelas y universidades.
La madera de la tercera ramas alimentó el fuego donde ardieron las
constituciones dictadas por la revolución y la masonería atentatorias
contra la Fe, la unidad de la Patria

y las justas libertades de las sociedades intermedias; sostuvo otras
hogueras y fogatas muy distintas en
los nocturnos de las fiestas populares, de San Juan a San Miguel; fue
materia prima para la carpintería
del hogar doméstico, de bancos patriarcales junto al lar de las cocinas de campana, de la mesa de vida familiar, de los asientos de los
concejos, hermandades, merindades
y Cortes, cuando las juntas no se
celebraban en asientos de piedra
ante iglesias, a la sombra de la propia rama.
De la cuarta se talló la cuna y el
trono de nuestros Reyes, del simple
tronco cortado junto al fuego de
vivac, a los vetustos asientos de las
cortes sobrias o a los respaldos finamente tallados, dorados y policromados en adecuación a la majestad
de tan alta soberanía, representación y servicio.
Principalmente por la primera rama, cuyas derivaciones no pueden
separarse de la ramificación en las
otras tres, por el número ingente
de vidas inmoladas por tan nobles
ideales, cantamos
«da bedeinkatua»
mientras pedimos fuerzas para proseguir la lucha y hacernos dignos
de tanta virtud y heroísmo. Y por
la misma razón, sintiendo en nosotros con nuestra inmensa gratitud
de sucesores y coherederos, el
amor a nuestros padres y hermanos
en la extensión familiar y en la gran
familia de la región y de la Patria,
proseguimos con los versos
«euskaldunen artean
gustlz maitatua».
Justo es, pues, que al contemplar
tan elevada y majestuosa grandeza,
a la sombra del árbol bendito de la
muy noble y muy leal villa de Guernica, terminemos nuestro cántico
con esta acción:
«adoratzen zaitugu
arbola santua».
En fin, lo anterior es todo el «haine fratricide des carlistes» que cita Mlle. Elena de la Soucrere en un
Interesante y trabajado artículo que
bajo el título «Guernica» e ¡lustrado con el cuadro de Picasso acaba
de publicar «Le Figaro littéraire»

1.

18-24

diciembre

1967.






Download MonteJurra - Num 35 Marzo 1968



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